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QUIÉN hay detrás

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Colón fue un hombre

de gran renombre

que descubrió

un mundo nuevo

y que además

fue el primer hombre

que puso un huevo

… de pie.


Esto, que toda la vida ha sido el huevo de Colón, no fue tal. Parece que lo que Colón hizo fue simplemente recordar, 70 años después, la anécdota que protagonizó Brunelleschi cuando accedió al concurso convocado en Florencia y que ganó con su cúpula huevuda. El jurado pidió a los aspirantes que pusieran un huevo de pie sobre la mesa de mármol. Brunelleschi fue el único que lo logró con un ligero toque de la cáscara en el mármol.


Con estas digresiones me vuelvo a mis semiesferas. Cuando dispongo de manualidades calientes como éstas me las llevo corriendo a la tertulia viperina de los jueves con mis amigos (la que tenemos en un VIPS). Allí siempre hay alguien que pregunta, y ¿eso qué es?, o ¿para qué sirve?, o que comenta al de al lado ¡hay que ver la paciencia de este tío!


Entonces no tarda en surgir el que precisa a los otros “lo que pasa con éste es que ayuda muy poco en casa”. O aclara la figura de los “palitos” de cartulina: “Supongo que lo que has querido hacer es un solideo de verano para el Papa …”


Yo, que entre palito y palito estoy leyendo El cuaderno gris de Josep Pla, le doy a este último opinante la siguiente réplica. Dice Pla que la distancia entre Palafrugell y Calella es de tres kilómetros y medio. Y yo doy fe de ello cual notario asistente a la cita. Hace 60 años, cuando yo tenía los mismos que el escritor ampurdanés que escribía tal libro, es decir, 21, pasé la segunda mitad de julio, precisamente en la playa de Calella de Palafrugell. Nos dejaron un campamento que allí estaba instalado, a los universitarios que procedíamos de un Campo Universitario de Trabajo en Olot.


El trenillo nos llevó de Olot a Palafrugell y desde allí, con las mochilas al hombro, andando los 3,5 Km (que yo calculé entonces, creo que con precisión) hasta el campamento, junto al mar. Era una mañana soleada de lo más agradable; la brisa nos traía refrescantes noticias marinas mientras nos cruzábamos con gentes de todo pelaje y vestimenta. Aún recuerdo la desvestimenta de cuatro señoritas que volvían de la playa con sus pechos al aire simplemente recogidos en sus sostenes de malla bien abierta.


Desde luego no eran las picassianas Señoritas de Avignon ni tampoco las que Pla frecuentaba en la casa de trato de su pueblo; lo digo por la edad. Vamos que se ataviaban con sujetadores como hechos de copas de mi semiesfera alámbrica. Cómo sería la cosa, que doce lustros después aún recuerdo vivas en la memoria a aquellas cuatro señoritas.


De todas maneras cabe preguntar cual pueda ser la utilidad de mis semiesferas. La laminaria, ya se ha visto, sirve para construir la otra, pero luego, terminada su función, bien puede constituir un nido de abejas. Aunque los huecos son triangulares, las abejas, que son muy listas, saben percibir los huecos compuestos hexagonalmente aunque estén camuflados.


Hacía sólo unos días asistí a la presentación de un vídeo con coloquio, sobre formas geométricas en la naturaleza. Era obra del profesor de matemáticas en Oxford, Marcus du Sautoy, para la BBC. Hablando de hexágonos salieron a relucir, naturalmente, los núcleos habitacionales de las abejas. Pero también unas formaciones basálticas de Irlanda hechas de grandes bloques cristalizados, precisamente, en el sistema hexagonal.


Esto me llevó a revivir unos ejercicios espirituales ignacianos que el padre jesuita de turno nos impartía empezando por colocar su reloj de bolsillo sobre la mesa. Alargaba luego la cadena hasta dejarla vertical para a continuación hacer descender su extremo superior mientras la cadena se enrollaba en círculo en torno a la esfera del reloj. Entonces ya estaba preparado para hablarnos de la eternidad. Nos la describía como el tiempo que una hormiga (otro himenóptero!) tardaría en desgastar por completo una esfera de acero, tamaño petanca, a base de pasearse sobre ella …


Todos quedábamos asombrados, pero, ahora que lo recuerdo, también podríamos definir la eternidad como el tiempo que necesita la prima de la hormiga, una abeja, para hacer hueco en ese basalto irlandés (de dureza parecida  a la del acero), y construir en él su nido.


La utilidad de la semiesfera alámbrica es innegable: servir de modelo para construir una esfera real de cualquier tamaño. Con sus triángulos se puede jugar para producir en el interior la opacidad o transparencia que convenga con sólo rellenar las correspondientes superficies triangulares (los plementos) con materiales oscuros o con geles solidificados de la adecuada tensión superficial, transparencia y colorido.


Las cúpulas geodésicas de Fuller pueden estar compuestas solamente de triángulos equiláteros si se parte de dodecaedros o icosaedros (también de los otros poliedros platónicos, pero estos son menos interesantes a medida que se alejan más de la esfera). La solución consiste en proyectar los vértices de ambos poliedros sobre la superficie esférica que los circunscribe. Eso es lo que hice yo con el tetraedro en