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Pgs. 1    2     

Título: TODAS LAS ALMAS. Premio Ciudad de Barcelona 1989.

Autor: Javier Marías. Académico de la RAE.

Edita: Suma de Letras, S.L; julio  2000 (293 páginas).


Yo era un forofo del padre de nuestro autor, el filósofo Julián Marías y de su hermano mayor Miguel a quien seguía con gusto en el programa de TVE con J. L. Garci, Qué grande es el cine. Pero desconocía la obra de Javier Marías, tan amigo de otro académico, Arturo Pérez Reverte. Por todo ello sentí curiosidad por leer esta su novela cuando el libro cayó en mis manos.


Lo primero que me mosqueó fue el título, pero no me importó demasiado; seguí leyendo. Iban surgiendo muchos personajes, y pensaba que el título se referiría, en español, a esas muchas almas surgientes. Y no digamos en inglés, que los socorristas de mi piscina llevan el SOS en la espalda para que yo sepa que están allí para salvar mi alma en caso de necesidad (Save Our Souls).


Tuve que llegar a la página 164 para que mi mosqueo subiera de tono: All Souls era el nombre de uno de los colegios de la Universidad de Oxford. Investigué y averigüé que el nombre completo del tal Colegio era: “The College of the Souls of all FaithfulPeople deceased in the University of Oxford” (El Colegio de las almas de todos los creyentes fallecidos en la Universidad de Oxford).


Se trataba, pues, de un título abreviado. Algo así como si a la novela de Ágata Christie “Asesinato en  el Oriente Express” se la hubiera titulado “La compañía” (por evocación a “Compañía internacional de coches-cama y grandes Expresos Europeos).


La novela fue un éxito. La directora Gracia Querejeta la llevó al cine obteniendo varios premios y la nominación al Goya 1997. Nuestro autor tuvo problemas con el productor que tuvo que resarcirle con una indemnización. No sé en qué consistieron los problemas pero, lo que sí sé, es que, en ocasiones, yo he llevado a su casa a Gracia Querejeta regresando de la clase de danza en Karen Taft cuando, ambas jovencitas, era compañera de mi hija Mª Jesús. El cine Jorge Juan me quedaba de paso camino de casa.


Nuestro autor pasó dos años (1983-85) enseñando en la Universidad de Oxford Literatura Española y Teoría de la Traducción. En 1988, ya en Madrid, fue cuando escribió la novela que nos ocupa. Treinta años antes yo también debería haber pasado dos años en Inglaterra, pero no enseñando, sino aprendiendo: era un ingeniero postgraduado en régimen de entrenamiento. Mis dos años allí (Lancashire, Yorkshire y Staffordshire) se convirtieron en uno, ya que el segundo me ocurrió en los EE.UU (Pensilvania).


Bueno, yo también enseñé algo. Viviendo en Stafford me pidieron que diera unas clases de español a un señor que había de ir a Venezuela para instalar allí una fábrica de porcelana como las que ya existían al norte del condado, algunas tan famosas como las de Wedchwood, en la patria chica de Darwin.


Ni ahora siquiera sabía yo dónde estaba la ciudad de Oxford, así que tuve que acudir a Google Earth para poder relacionarla con Londres y con su hermana de toda la vida, Cambridge. Las dos ciudades universitarias iban siempre juntas, como Indívil y Mandonio, o Cástor y Pólux.


Yo sí estuve en Cambridge (el puente sobre el rio Cam; no confundir con El puente sobre el río Kwai) invitado por mi amigo Federico Gª Moliner, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 1992, por sus estudios sobre el estado sólido. Mientras me paseaba por su Cavendish Lab. me decía: Aquí es más importante cruzarte con un professor  del Lab. que con cualquier Premio Nobel.


La novela está escrita, supuestamente por un narrador que deja transparentar inequívocamente su papel autobiográfico. No dudo de que el autor haya novelado lo que pasa con el amante de la madre de su amante allá lejos, en la India, pero lo que pasa entre Oxford y las calles madrileñas de Génova, Miguel Ángel y Covarrubias, tiene todo el aroma de una autobiografía, con alguna que otra novelación intercalada.


El autor se aburre como una ostra en la ciudad brumosa de su Colegio y viaja mínimamente para compensarse: A Londres en fines de semana, a Reading o a Brighton. Ya he averiguado que Oxford y Cambridge están a parecida distancia de Londres (unos 100 Km), la primera ligeramente al norte de la capital, entre ésta y Bristol, y Cambridge, bien al norte.


Yo tuve más suerte en mis tiempos. La primavera que pasé en las Midlands fue gloriosa (decían ellos), y mis viajes, variados: Londres, Swansea, Liverpool, Edimburgo, Stafford, Cambridge, York, Bradford, Manchester, Birmingham, Wolverhampton.


Me gusta cómo está escrito el libro, siempre que no caiga en estos dos inconvenientes: la reiteración (no sé cuántas veces cuenta lo del río Yamuna que pasa por Delhi, y su puente de hierro), y la parentesización. Me encanta el lenguaje jurídico por su belleza de forma, su precisión y su lógica, siempre que evite el horror del paréntesis dentro del paréntesis, de los guiones entre los paréntesis y, etcétera: entonces me vuelvo loco y no me entero de nada. Esto último se da en la novela más de lo deseado; pondré un ejemplo copiando de la página 181: