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SIC


Mi amigo Mariano me envía un concienzudo estudio sobre cúpulas geodésicas para acabar deduciendo de él, y de forma intuitiva, que el área de la esfera es 4πr2. Y termina con esta frase lapidaria

Sic tibi domes levis


Después de intuir que debe querer dar a entender algo así como “que te sea leve”, intento averiguar el sentido del latinajo, y encuentro en Wikipedia:


Sit tibi terra levis

Sit tibi terra levis es una locución latina que se puede traducir como «que la tierra te sea ligera». Era utilizada en el mundo romano precristiano como epitafio, frecuentemente abreviada concluyendo las lápidas con sus iniciales: S·T·T·L. Evoca de forma muy poética la angustia que produce el pensar en el peso de la tierra sepulcral oprimiendo el cuerpo que yace bajo ella. Se dirige directamente al difunto, lo que implica una idea de trascendencia.

Mi averiguación deja claras varias cosas:

-Que la frase de mi amigo es realmente lapidaria.

-Que él la ha convertido a su conveniencia.

-Le agradezco que no me dé por difunto para que no pese la tierra sobre mí, sino que sea su abrumador estudio lo que me resulte ligero: los domos (cúpulas; domes en francés) en vez de la tierra. Se trata, en definitiva, de un deseo.

-El sic de mi amigo seguramente es una traslación fallida del sit latino. Pero vamos a ver que no es realmente tan errada.


La traducción directa del sic latino es, así, que a su vez, según el DRAE, puede equivaler a la interjección ojalá. En todo caso, la expresión de un deseo, con la elipsis del verbo ser.


Cuando yo era niño en San Vicente de la Barquera podía oír decir a alguien: “¡Así revientes como el Machichaco!”. Era éste el nombre del cabo más saliente en el País Vasco y también el de un vapor de carga que explotó trágicamente en la bahía de Santander en 1893 con un cargamento de dinamita, ácido sulfúrico y otros productos, provocando numerosísimas víctimas mortales.


Regreso al sentido de la tierra del epitafio. Cuando yo tenía 10 años murió mi abuela Paca que vivía con nosotros en Soria. Se la enterró en el cementerio de El Espino muy cerca de donde está la tierra de Leonor, la esposa de Antonio Machado. No se puso lápida ni la tierra quedó a ras del suelo, sino que sobre la superficie se elevó un pequeño prismoide de tierra sobre cuya cabecera mi madre plantó unas siemprevivas.


Yo no entendí aquello pero me pareció tan natural. De vez en cuando subíamos al cementerio a rezar por la abuela al pie de su tumba. Pasó el tiempo y, en una de las veces, yo me quedé muy impresionado ante la visión que se ofreció delante de mí (visión que aún retengo): Aquella tierra tan geométrica y tan familiar, se había hundido, incluso un poco por debajo del ras del suelo. No necesité ninguna explicación.


He hablado antes de Leonor reposando en El Espino. Para entonces, Antonio Machado, viudo, residía en Baeza desde donde la recordaba con pasión dolorida. Una muestra de ello es cierta carta que el poeta escribió a Unamuno, y otra, este poema con que se dirige a su amigo José María Palacio y que termina con estos hermosos versos:

... Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra…


Mi padre conoció a J. M. Palacio porque era profesor en la Escuela Normal donde estudió. A él le he oído comentar que Palacio era, ciertamente, un buen amigo pero un mal profesor. En cambio sentía debilidad por otro profesor, el de Geografía, que se llamaba Pedro Chico. Cuando yo vine a estudiar la carrera en Madrid, el año 1949, me encargó que lo visitara para darle sus recuerdos y agradecimiento. Así lo hice. Vivía en la calle Ibiza.