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LOS DESASTRES DEL CANTÁBRICO


Para empezar advertiré que no todo lo que se produce en el mar Cantábrico es un desastre. Lo afirmo desde mis raíces naturales de soriano y desde las otras, las adventicias de pejín de adopción. A éstas debo, agradecido, mi niñez pasada en San Vicente de la Barquera (SVB; años 1930).


Por ejemplo, el Cantábrico era el autobús un tanto antiguo y destartalado ya entonces, y con olor a gasolina que, partiendo de junto a la fonda y al hotel llevaba viajeros desde el pueblo a la estación de SVB en el ferrocarril de vía estrecha que por allí pasaba en su camino de Oviedo a Santander. La larga ruta del pueblo a la estación era un camino de arena blanca que, pasando por la revueltona, iba a la Acebosa.


Precisamente junto a esa curva cerrada había descubierto mi padre un pequeño yacimiento de arcilla al que acudíamos los dos antes de Navidad para abastecernos del barro con que él habría de realizar una nueva figura para ampliar el conjunto del nacimiento.


En Soria damos nacimiento al río Duero junto al pico de Urbión para que luego el poeta le dé forma de ballesta a su paso por la capital. Pero eso no basta. Hay que alimentarlo para que aguante el largo camino que le queda hasta Opoto. Y eso se consigue gracias a los buenos oficios de la Cordillera Cántabro – Astúrica.


A mí me parece muy bien el hermanamiento de ciudades con lazos fraternales como, por ejemplo, las que llevan los nombres de los santos Quintín y Lorenzo. Es sabido que el fruto fraternal de esos dos lugares es el mundialmente famoso Monasterio al pie de Abantos, que pintara Rubens desde lo alto del monte.


Pero echo de menos que no se hermanen las montañas. En este caso los montes de Urbión y Cebollera con la ya dicha Cordillera Cántabro – Astúrica. Desde ésta es llevado su alimento al Duero por medio de afluentes tan notables como los de nombre Órbigo, Bernesga, Torio, Esla, Cea, Valderaduey, Carrión o Pisuerga.


La chica del tiempo se esmera con gracia en el telediario para empujar con sus manos a las nubes que andan por el Cantábrico y su tierra asociada, a fin de que se vacíen sobre la cordillera para dar vida a León, Zamora, Palencia o Valladolid. No hablo ya de la otra vertiente, la que escurre directamente hasta el mar.


Pero vayamos a los desastres. De algunos ya he hablado en otros sitios, pero voy a recordarlos, a la vez, con aumento y con disminución.


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El cabo Machichaco existe desde hace siglos, desde la Biblia. Digo esto por si no lo saben los  devotos de don Sabino; para que se pongan contentos. Pues sí, el bilbaíno cabo está en el Génesis (1-9).

“Dijo luego: <<Júntense en un lugar las aguas de debajo de los cielos y aparezca lo seco>>, Así se hizo”.

Pues sí, de esta manera surgió el cabo más prominente de Euskal Herría.


Los norteamericanos, que son muy amantes de la Biblia (cuando yo viajaba por allí siempre me encontraba una en la mesilla de noche del hotel), dicen cuando quieren resaltar lo vieja que es cualquier cosa: “Uf, ¡eso es más viejo que las montañas!” Claro, lo mismo podrían decir apelando a los cabos, pero no lo hacen porque resultaría un contrasentido que un cabo fuera más viejo que un general.


Sin embargo el cabo al que me refiero ahora no es el de la Biblia. Es el que da nombre a un vapor carguero construido en Newcastle en 1882 y adquirido tres años después por la Compañía Ibarra para hacer cabotaje entre Bilbao y Sevilla.


El desastre que protagonizó el Cabo Machichaco no ocurrió propiamente en el mar Cantábrico, pero sí en sus aguas, las de la bahía de Santander en cuyo puerto el buque hacía su primera escala (3-11-1893). Transportaba harina, material siderúrgico, ácido sulfúrico y 51 toneladas de dinamita destinada mayormente a los puertos del sur.


Era preceptivo que un barco con cargamento peligroso atracara o realizara sus maniobras de carga y descarga en un lugar alejado del área urbana, pero esta norma se incumplió, lo cual determinó que el siniestro adquiriese una dimensión espectacular: 590 muertos y 2000 heridos.


Primero, incendio por explosión de una vasija de vidrio con ácido sulfúrico. El incendio creció y atrajo curiosos a contemplar cómo ardía el barco. El fuego se extendió a la bodega donde estaba la dinamita. Una hora después el barco estalló produciendo una tromba de agua de miles de toneladas que arrastró curiosos y trabajadores de ayuda, al mar.


El barco, transformado en chatarra esparció sus restos hasta ocho kilómetros de distancia. El Gobernador civil pereció y su bastón fue encontrado a varios kilómetros de distancia.


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De Bermeo salieron un día

cuatro lanchas pesqueras a la mar

cuyas lanchas pesqueras fueron presas

del más bravo y más bravo temporal.

Este canto fúnebre lo oí yo en SVB como el eco de lo que pasó en el Cantábrico durante la noche del día 12 al 13 de agosto de 1912 a la altura del cabo Machichaco. Lo de las cuatro lanchas es la expresión coloquial, porque la realidad es que se perdieron 24 embarcaciones y 143 pescadores, 116 de ellos, bermeanos.


Las lanchas eran boniteras de propulsión a vela o a remo. Como eran de escaso desplazamiento, faenaban de manera que su captura la acercaban a pequeños motores con más capacidad y velocidad que podían acercarse a puerto a descargar y así continuar la faena. El uso de motores era cosa incipiente entonces.


El bravo temporal fue una galerna con el efecto devastador del frente de una borrasca.



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“S.O.S. Santander en llamas. pps” es el fichero que he recibido hace poco y que me ha quitado, de golpe, 77 años de encima. Sucedió en febrero de 1941 cuando yo tenía 9 años y vivía en SVB, a unos 50 Km de distancia en línea recta, de la capital de La Montaña.


Allí estábamos muy familiarizados con los variados tipos de viento que se daban en el lugar; ese interés seguramente era debido a la importancia de la meteorología en un puerto pesquero. Recuerdo al fraile encapuchado que había junto a “la venta” (del pescado) cuya capucha se movía al dictado de un barómetro oculto bajo su hábito, según que la presión atmosférica subiera o bajara.


De todos los vientos yo recuerdo dos: El nordeste y el sur. El primero era fuerte y frío aunque no  tanto como debía serlo en su origen siberiano. El segundo es templado bajando desde la montaña  que queda a su espalda. Seguramente procede del Sahara.

Al segundo, aunque era propicio a los incendios, los chavales lo preferíamos para irnos “al viento”, que era cosa muy divertida. Ir “al viento” consistía en ponernos frente a él cuando soplaba fuerte, abrirnos la cazadora para que hiciera de vela que al inflarse nos permitía inclinarnos hacia delante lo más posible. Detrás de la iglesia el viento solía soplar medio encajonado y fuerte.


La tarde del sábado 15-2-41, al salir de la escuela (entonces no había semana inglesa; quiero recordar que se libraba el jueves por la tarde), nos encontramos con un fuerte viento que a los chavales nos venía muy bien para irnos “al viento” detrás de la iglesia que quedaba cerca. Escuela, iglesia y castillo están en lo alto, sobre la misma cuerda frontera del pueblo y la marisma norte.


Aquella  misma noche ya empezamos a ver desde casa el cielo enrojecido hacia la capital. Y el viento no cesaba. Cuando días más tarde, pasado el desastre, volví al arenal a jugar con mi barco de barro pude comprobar que el tejado completo del lavadero había volado unos 500 m aguas arriba, cerca de la presa de “El Peral”. El lavadero estaba en la parte alta del arenal, entre éste y la carretera de Asturias. El huracán había hecho su trabajo.


A la sazón mi padre era el alcalde del pueblo. Lo había nombrado el gobernador Carlos Ruiz que aparece muy activo en el reportaje pps. Mi padre se entendía muy bien con él al extremo de que cuando poco después del incendio Carlos Ruiz fue trasladado a ser Gobernador Civil de Madrid, mi padre dejó el ayuntamiento. Muchos años después, pasando en tren por la estación de Torrejón de Ardoz (Madrid), todavía he podido ver en grandes letras el nombre de una escuela: “Grupo escolar buen Gobernador” (ocultaba el nombre de Carlos Ruiz).


El Gobernador Civil de Santander tuvo entonces ocasión de desplegar, en situación bien dramática, sus habilidades militares de organización y ejecución práctica: Los comedores de Auxilio Social empezaron a funcionar inmediatamente. Cocinas de campaña se instalaron rápidamente para suministrar comida caliente a los muy numerosos necesitados que de pronto se habían creado en una ciudad destruida en pleno invierno, etc. etc.


Pues bien, al día siguiente domingo, mi padre convocó al pueblo para conseguir que todos los hombres hábiles, hacha en mano, retiraran de la carretera los numerosos árboles caídos que impedían el tránsito de los vehículos de auxilio procedentes de Asturias. Debía de haber muchos hombres disponibles porque los pescadores no pudieron salir a la mar por causa del viento huracanado.



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