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RESPUESTAS VARIADAS PARA UN AMIGO



En Soria había un tal don Silvino Paniagua. Total, un ramillete de ingredientes culinarios: sal, vino, pan y agua..


De apellidos vascos.


En el Comité de Terminología, a uno de los vocales, Ingeniero de Caminos famoso, se le ocurrió que nos llamáramos todos como él, J. M. P, para facilitar nuestras relaciones comitentes. Así yo llegué a ser J. P. H. Y una joven profesora en la Universidad Francisco de Vitoria, Paz. Es decir, Pilar Alzugaray Zaragüeta.


En la fábrica de Barreiros teníamos un cingalés que había sido olímpico en natación por su país en la Olimpiada de Helsinki, pero que tenía problemas con el español, especialmente con el género de los nombres. Se llamaba Mayuresa (hipocorístico, Mayú; se conoce que su terminación en a le desconcertaba).


Teníamos también un director de Compras vasco con cara un tanto difícil y apellido Dorronsoro. A él, Mayú lo llamaba don Horroroso.


También teníamos a Pepe Cela, el nobelfraterno al que T. P. S. hubiera tenido por tal. Un día Cela, sabedor de las dificultades idiomáticas de Mayú, lo llamó a coro para impartirle un breve y elemental seminario. Mira, Mayú, le dijo: los nombres masculinos son los que terminan en o, y los femeninos, en a. Por ejemplo, tenemos el libro, la casa, el sitio, la camiseta, el perro, la cabeza, etc. etc.


Y siguió Pepe: ¿Te has enterado, Mayú? ¿lo tienes claro?

La respuesta del de Ceilán fue inmediata, y de gran efecto:

-Sí, señora Cela.


La chica que nos ayuda en casa como interna es una marroquí encantadora que me advierte cuándo he de cambiarme la pijama.

El pueblo poco habitual de Melgar de Fernamental, no es tal para mí. En los años sesenta del siglo pasado yo me recorría en verano toda España desde el sur de Andalucía al norte de Castilla siguiendo los tiempos de la recolección de cereales, con mis cosechadoras experimentales.


En una ocasión llegué a Melgar de Fernamental al norte de la provincia de Burgos lindando con la de Palencia. Allí fui a parar sabedor de que en el pueblo había una industria elemental que fabricaba cosas relacionadas con las distintas fases de la cosecha: segadoras, aventadoras, zarandones, cribas, etc.


Ahora que me estoy medicinando con Fe contra la anemia, he pensado que lo de la sílaba Fe de Fernamental tuviera que ver con el hierro que empleaba aquella industria. Pero no; ese Fe viene de un tal Fernández que fundó el pueblo.


Una frustración curiosa. Visto lo que quería en Melgar, pasé a Palencia donde, en ese su norte, se daban cosechas tardías de trigo. Desde allí tuve ocasión de ir a un pequeño pueblo donde visité un palacio gótico-mudéjar extraordinario, por su factura y por su grado de conservación.


Sin poder recordar ahora su nombre preciso, me asaltó uno que no pude descartar: Ampudia. Quise recordar que ya entonces me llamó la atención este nombre tan ampurdanés de raíz mezcla de lo grecolatino, ubicado en el golfo de Rosas, Gerona. La r de Ampurias habría mutado a la d de Ampudia, sin yo saber cómo.


Compruebo ahora que en Palencia existe un pueblo de nombre Ampudia, y con un castillo grande y hermoso. Pero, frustración al canto: Este pueblo no es el que busco: está al sur de Palencia y no hacia el norte.


El pueblo de mi olvido debe de ser Astudillo, entre Melgar y la ciudad de Palencia, Allí está el palacio gótico-mudéjar (siglo XIV, de semejanzas con el Alcázar de Sevilla), de Pedro I el Cruel y de su amante, María de Padilla.


Mi sorpresa, ahora, es que yo recuerdo la visita a un palacio y no a una iglesia (ambos de estilo gótico-mudéjar); hoy, lo que se muestra a los turistas es la iglesia de santa Clara de las monjas clarisas. La explicación que me doy es que yo no iba de turista, sino de recomendado.


En todo caso, mi curiosidad me ha llevado a unos descubrimientos de lo más interesantes. De Astudillo era María de Padilla, nacida el mismo año 1334 que el rey Pedro I de quien fue amante y al que dio cuatro hijos en seis años. La primera niña, cuando el rey tenía 19. No podía éste perder el tiempo porque habría de morir con sólo 35 años, así que, aparte de su amante, tuvo una esposa legitima, otra semilegítima y otras tres mujeres más que no fueron ni lo uno ni lo otro.


En medio de tanto lío hubo de todo. El Papa intentó poner orden en la cama del rey, sin conseguirlo.

Me decía una vez cierto coadjutor de una parroquia de Madrid que no se explicaba por qué la Iglesia tenía que meterse en la cama de los casados…


Entretanto, el rey y su amante tenían sitio en los Reales Alcázares de Sevilla tal como habían hecho Alfoso X “el Sabio” y Alfonso XI “el Justiciero” desde que Fernando III “el Santo” conquistara la ciudad a los musulmanes. Todos ellos hicieron en el sitio descubrimientos, ampliaciones o modificaciones. Era notorio el uso que allí hacía María de Padilla en unos baños de origen almohade mejorados con arcadas góticas. No hay que decir que dichos alcázares habían sido el asentamiento de los reyes moros sevillanos, desde siempre.


Esta experiencia sirvió a los amantes reales para encontrar una solución a lo anómalo de sus relaciones con el Papa. Cuando nació su segunda hija, María, de acuerdo con el rey, pidió licencia al Papa para fundar un monasterio de monjas clarisas con el propósito de que ella ingresaría en el convento en calidad de penitente.


Así se construyó en Astudillo dicho convento y, a su lado un palacio, ambas edificaciones de estilo gótico mudéjar. Todo fue una especie de arabesco lateral con el que la pareja engañó al papa: El convento salió adelante, María no entró en él, y los dos siguieron en su nuevo palacio amándose tiernamente.


En el mismo año 1355 nacieron dos hijos de Pedro I: la tercera hija de María de Padilla y otro que tuvo con Juana de Castro. En 1361 el rey mandó asesinar a Blanca, su mujer legítima para hacer reina a María de Padilla que no pudo llegar a reinar porque falleció entonces mismo en Astudillo a los 27 años.


Podemos decir que Juana era semilegítima porque había llegado a consumar el matrimonio con el rey sin que se hubiera anulado antes el que éste había contraído con Blanca.


En 1362, es decir, al año siguiente de la muerte de María, Pedro I reunió Cortes generales en Sevilla. Allí proclamó ante los nobles que su primera y única esposa había sido María de Padilla. Al arzobispo de Toledo le parecieron buenas estas razones, y declaró nulos los otros dos matrimonios. Con ello encontró Pedro I unas cortes dispuestas a ratificar lo afirmado por él, declarándola reina y legitimando su descendencia.


El cadáver de María de Padilla fue trasladado de Astudillo a Sevilla para enterrarla como reina.​ En la Capilla Real de la catedral de Sevilla, donde también está enterrado el rey, reposan sus restos.