QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO

Pgs. 1    2     

Título: LOS REVÓLVERES HABLAN DE SUS COSAS.

Autor: Antonio Mingote.

Edita: “La novela del sábado”. (64 páginas de tamaño DIN A6: octavilla u octava parte de un DIN A3, aprox.). Nº 22 del año 1 (1953). Se vendía en quioscos a 6 pesetas.

Me ha costado dar con la fecha de edición porque no aparece en el ejemplar que me ha regalado mi amigo Mariano. Pero he encontrado una pista a través del retrato de su autor que aparece en la contraportada: muestra a un joven de unos 30 años con su bigotito y su nudo Wilson en la corbata. Enseguida me fui a ver QUIEN hay detrás de mi sitio web para comprobar que en mi retrato de 1949 yo luzco nudo Wilson. Era el que se había puesto entonces de moda para sustituir al convencional un tanto asimétrico que llevábamos antes.


El librito es una pequeña joya, dicho en toda la extensión de la palabra. Sólo tiene un dibujo de Goñi: el de la portada, que es más o menos de los tiempos de La Codorniz. Es un dibujo que anuncia lo que vendrá luego: una parodia del género Western.


La obra pertenece al subgénero de novela corta y es fruto de un concurso literario patrocinado por el Instituto de Cultura Hispánica. Como reza en su portada, hace el Nº 22 de las publicadas. Siguiendo el refrán de dime con quien andas y te diré quien eres, haré relación de algunos de los veintiún autores anteriormente premiados con la publicación de su novela:

José María Pemán, que fue director de la Real Academia Española.

César González Ruano, distinguido periodista.

El inefable Jardiel Poncela.

Pío Baroja.

El Nobel Cela.

Carmen Laforet, Premio Nadal.

Dª Emilia Pardo Bazán.

Miguel Delibes, Premio Cervantes.

Juan Valera, autor de la extraordinaria novela Pepita Jiménez.

Concha Espina.

Debo decir que el género cinematográfico Western no es santo de mi devoción, con dos excepciones: La diligencia, de John Ford y Los hermanos Marx en el Oeste. De la primera me atrae el estudio psicológico que se hace de los personajes y de la otra, su humor: Groucho se da de bruces con la chica del saloon en un recodo del pasillo de la planta superior, y le dice: “¡Caray, Lolita, así, de pie, no te había reconocido!”.


Mingote resulta aquí un adelantado de la moderna posverdad. Obliga a Dixie, la chica del saloon a que diga en varias ocasiones que ella está allí para ayudar a los muchachos, cuando todos sabemos en qué consiste su ayuda.


La novela tiene todo lo que requiere el Oeste: indios, revólveres, diligencia, caballos, matones, minas de oro (la de los Marx también tiene una), un sheriff, el forastero, vacas y vaqueros, la pradera, güisqui, muchos tragos …


Mi amigo Luis Arrillaga, excelente poeta que entregó su vida de fumador empedernido recientemente, vivía en la calle Ibiza, cerca de El Retiro. Me tropezó un día por allí cuando yo buscaba una tienda y me espeta en plan matón: “Forastero Morgan, ¿Qué haces ahora en mis dominios?”


Lo único que echo de menos en la novela es la clásica mata de cardo seco dando tumbos mientras el viento la empuja de un lado al otro de la calle principal del lugar. Una lástima. En cambio, la palabra que más se prodiga es “trago”. Es la que traducía a la palabra inglesa drink (sustantivo) cuando se usaba el nudo Wilson. Por ejemplo, en la Soria de mi bachillerato, cuando llegaban las fiestas de san Juan, siempre se cantaba la copla sanjuanera típica de la cuadrilla de Santiago: