Estás en: Mingote, una Antología del gesto

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Se puede soñar despierto, y el gesto lo matiza: el brazo apuntala la cabeza y la mano asienta la cara. Pero el estado de vigilia mantiene una compostura erguida.

Quien duerme, en cambio, descompone su figura. Este modelo es muy adecuado para llevar en el Congreso, en el teatro, en clase, en una conferencia ... Obsérvese cómo las manos, con esos dedos, ayudan al gesto.

Las manos que dibuja Mingote, con formas y dimensiones exageradas tienen a pesar de ello la fuerza de poder representar con precisión cualquier actitud por sutil y delicada que sea. Como el quehacer meticuloso de un óptico.

Vuelva V. mañana porque se me ha olvidado. Vuelva V. mañana porque no está en limpio. Vuelva V. mañana porque el oficial de la mesa no ha venido hoy. Larra, en Vuelva V. mañana.

Muchos toman al pie de la letra el mandato bíblico de dominar la tierra. Quién no se ha tropezado con un ordenanza o guía, aparentando ser el dueño del ministerio o del monumento mismo?

Un semblante dominador y desafiante suele ser la máscara que encubre un complejo de inferioridad.

Los romanos, en cambio, no tenían complejos. Eran orgullosos, cultos y poderosos. Su sentimiento iría con esta expresión corporal: estirados de pies a cabeza, talle erguido, cuello erecto, frente elevada, envueltos en un aire de elegancia bien organizado por unas manos distinguidas.

Claro que ello costó, seguramente, un largo aprendizaje; porque quien es patoso y manazas, anda zambo y toma su túnica a puñados para rescatarla del último enganchón.

Según Lersch, el gesto de desprecio y desagrado se asocia a la mímica de la sensación de amargor: se trata de alejar o expulsar la cosa amarga de la base de la lengua, o de evitar el contacto con lo despreciado.

Dominio y preferencia no están reñidos. Este gánster, por ejemplo, prefiere ingenuamente a la chica que tiene un no sé qué cuando da fuego.

Otros oyeron aquello tan hermoso de que nunca es el hombre más grande que de rodillas, y no se lo pensaron dos veces!

Así pues, hay muchas formas de dominar, y la económica es una de ellas. Quien no gestiona una multinacional puede al menos deslumbrar con petulancia a las chicas de la banderita.

El artista de Altamira tendría motivos para mirar por encima del hombro a la humanidad entera. Lo malo es el contagio por el ejemplo.

El orgullo puede ser en ocasiones imposible de borrar. Los gestos traicionan siempre. Quien es soberbio lo demuestra al quitarse el gabán o al estornudar. Lo mismo da.

Otros, modestamente, pueden sentirse orgullosos de lo bien que tocan el fonógrafo.

Pero, y las mujeres, es que no dominan nunca? Claro que sí! lo sabe todo el mundo y huelgan explicaciones.

Lo que pasa es que algunas lo hacen bien. Un mohín gracioso de reproche puede convivir con un rostro hermoso sobre un cuerpo que se sabe atractivo.

Según Marañón, gracia es gesto individualizante, inmune al estereotipo. La chica con gracia se mueve libre, airosa, dominando la situación con idea propia.

El ideal, en cambio, y también según Marañón, es adorno del gesto masificado. Cualquier miss, a buen seguro, tiende a un ideal ofrecido desde fuera. Igual que muchos hombres, claro!

El gesto y no las ideas, es el vehículo de la emoción colectiva. El símbolo de la renuncia a la personalidad es la adopción del gesto común.

Cuando pintan espadas, se da un gesto colectivo genialmente captado por Mingote. Los de la derecha llaman a Pedro I, el justiciero y los de la izquierda, el cruel. Y el gesto acompaña al dicho.

     

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La mirada desde arriba del pedante está aquí potenciada por unos ojos tan altos que casi se salen del dibujo. El suficiente cree que su actitud de ignorar a los demás está causada por ellos y no por él.