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Pgs. 1    2     

JAYON


Título: El JAYÓN.


Autora: Concha Espina. Premio Nacional de Literatura. Finalista para el Premio Nobel (1926) cuando Grazia Deledda  lo obtuvo por un punto de diferencia con ella.


Edita: “La novela del sábado”. (29 páginas de tamaño DIN A6: octavilla u octava parte de un DIN A3, aprox.). Nº extraordinario, el 20, del año 1 (1953).



El Jayón es la segunda novela breve de Concha Espina que he leído últimamente; antes fue Llama de cera. Ambas me impresionaron y me supieron a poco, así que decidí ampliar el “espectro” con La Niña de Luzmela que es su primera novela, y de tamaño normal, aunque más bien, pequeño. Quería confirmar  cuales eran los fundamentos de la obra literaria de nuestra autora.


Ochenta y tantos años atrás. En S. Vicente de la Barquera mi madre me llevaba con ella en su visita, a casa de Dª Irene, la directora de la escuela de niñas donde mi madre era maestra. Vivía en la cuestona que baja desde el castillo hasta la venta, con su amiga Dª María. La casa era oscura y yo me asomaba por una ventana que daba a la marisma del norte para ver cómo estaba la marea; también me interesaba darle un vistazo al arenal, el querido mar de mis barcos de barro.


Dª María era redondeada y afable, mientras que Dª Irene era seria y angulosa. Si hacía bueno, también podíamos subir a la manzanera que ésta tenía en la carretera de Asturias, pasado el pico de Santillán. Allí, desde lo alto, oía venir a los aviones de la guerra, que procedían de Asturias.


Dª Irene era de Mazcuerras, un nombre que, por raro, sigue vivo en los almacenes de mi memoria. Allá sigue, junto al río Saja, pero cambiado de nombre. Hoy se llama Luzmela en honor de Concha Espina que vivió allí y allí escribió su famosa novela (Publicada en 1909) para la que inventó el nombre del lugar de su acción.


Me mosqueaba ver que cierta critica motejaba a Concha Espina de localista, anticuada (empleando nombres en desuso), culebronera (DRAE, Culebrón: Telenovela sumamente larga y de acentuado carácter melodramático). Todo completamente falso: leyendo y reflexionando luego, se instruye la gente; yo el primero.


Lo que pasa con Concha Espina es que es muy culta, muy inteligente y compone extraordinariamente bien. Vayamos por partes. Ser localista no es un delito. Todo está siempre localizado en algún lugar, ya sea el universo mundo o los repliegues del alma de una persona. Lo que hace falta es que lo que pase allí sea creíble, imaginable o posible.


En su obra lo mismo encontramos pastores que suben a lo alto de su tierruca a cuidar el ganado, mientras otros cogen el trasatlántico para ir de Santander a El Havre y luego a París. Por no hablar del indiano, esa figura tan típica de la Montaña. A quienes se creen que Cantabria ha existido siempre así, con tal nombre, habrá que enseñarles que antes era Santander, la provincia septentrional de Castilla la vieja (León era otra cosa), y antes aún, La Montaña (todavía se puede llamar hoy montañés a algún cántabro).


El indiano era el que había vuelto enriquecido a su lugar de origen después de haber hecho las Américas.

Julio César era uno de ellos con chalé a medio camino entre San Vicente y Boria. Mi padre me llevó a él en alguna visita que le hizo. Entonces se podía oír lo que se les cantaba (copio de otro de mis escritos)


Americano de Potes / ¿Cuándo viniste, cuándo llegaste? / La cadena y el reloj / ¿Ya la vendiste, ya lo empeñaste?


Concha Espina estuvo en Chile, como mi tío Ángel, que no llegó a indiano porque se quedó allí para siempre. Nuestra autora era a la vez muy cosmopolita y muy de su tierra, que es cosa que ahora no entienden algunos.


Autoalimentaba su cultura que era notable; desde luego, muy superior a la de lectores como yo. Pondré algún ejemplo: Al río Saja, el de su pueblo, lo llama siempre en La Niña de Luzmela, el Salia, por su nombre en indoeuropeo.


Un personaje muy eficaz en la misma novela es la négula, la lechuza de mal agüero que aparece en los grabados de Goya llamados Caprichos, mezclada con todo género de brujas (bruja y lechuza se dan como sinnónimos). En el texto de un crítico literario inglés es traducida como owl, que es precisamente eso, búho o lechuza. Pero hay más: en el norteño Páramo de Masa burgalés hay un pequeño pueblo llamado Cernégula con fama de que a él acudían las brujas de Cantabria a celebrar sus aquelarres.


En dicha novela hay otro personaje maldito, pero clave, que abunda en refranes de mala intención como el de cría cuervos, que te sacarán los ojos … Resulta inevitable el recuerdo de otro que los ensartaba como chorizos empalmados con poco arte y mucha inocencia, para desquicio de don Quijote.


Veamos el empleo de nombres en desuso dentro de la obra de Concha Espina. En efecto, los hay; yo soy testigo: En mis tiempos de niño en Cantabria, se llevaban las abarcas de madera, la borona, las jarrepas y las gallofas. Por añadidura, emplea palabras que, aún estando en el diccionario, no hay quien las reconozca ni siquiera por el contexto en que se citan. Me decía el académico de la lengua, Colino, que el diccionario de la RAE se limita a recoger, como notario, las palabras que habla el pueblo. Aceptando que eso es así, ello no quiere decir que la palabra gilipollas, que está en el DRAE, sea más importante que négula, que no está.


Si tomamos la Niña de Luzmela como obra cumbre de nuestra autora, salta a la vista que no es un culebrón. Es tres veces más corta que Nada, la joya de Carmen Laforet y, cuando echa el telón el médico a fin de dejar a la niña a buen recaudo, la autora se retira para dejar que el lector pueda decidir si ambos personajes son hermanos o no. Entonces las paternidades andaban demasiado sueltas y era mejor no entrar en lo melodramático.


Su singular inteligencia le permite componer muy bien las situaciones. Se plantea un caso típico de síndrome de Estocolmo. Habiendo leído a Freud se aprecia que alguien sumido en un mundo de locura pueda llegar a sentirse culpable de lo que le acusan los enloquecidos. Por añadir sólo un detalle simpático, decir que hay nombres que tienen toda la intención del mundo: El médico que salva a la niña se llama Salvador; la hija egoísta sin límites se llama Narcisa; al pobre gato ruin y desamado le llamaban Desdicha.


Con todo lo anterior a modo de preámbulo, vayamos ya a El JAYÓN. Tal sustantivo tampoco está en el DRAE, aunque sí en el Diccionario enciclopédico ESPASA, como término anticuado: Niño expósito que ha sido recogido.

Expósito, según el DRAE.- Dicho de un recién nacido: Abandonado o expuesto, o confiado a un establecimiento benéfico.