QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


ESCENAS MATRITENSES


Se llamaba L. R. G. y era alto, sonriente y apuesto, incluso yendo de mono. Compartía conmigo tienda de campamento al igual que otros colegas suyos, telecos to be. A veces, cuando quería referirse a sí mismo, se llamaba mi niño. A mí, aquello me gustaba y, si tengo ocasión, se lo copio. Ahora mismo, por ejemplo.


Hace unos días estaba mi niño sentado descansando del viaje hasta la droguería que tiene Abraham en la calle Ibiza, para comprar una lata grande de Nivea (la de toda la vida, según mi médica de cabecera dixit). A la sombra de las acacias del bulevar se estaba cómodo y sin el acoso de las galerucas de los olmos que tan pesadas están últimamente en mi vecino parque de Roma: la extrema voracidad de este coleóptero volador ha dejado en puro esqueleto a sus árboles predilectos.


Desde mi izquierda veo acercarse una escena que no para y que se parece mucho a eso que tanto se lleva ahora: un padre joven retiene con su manija a un caniche que tensa con afán la leve correa que lo une a la familia: le parece que la tal familia es poco apresurada.


Detrás, a la distancia que marca el cansancio de la criatura, una niña de unos dos años, cansada de dar patadas al suelo para que avance su motopié. Cuando mi niño era niño de verdad, ya crecido, así llamábamos a eso que ahora se llama patinete.


En realidad ambos vehículos no son una misma cosa. El motopié nos lo hacíamos  con sólo dos ruedas que normalmente eran un par de cojinetes procedentes de la reparación de algún barco. El patinete de la niña tenía tres ruedas, dos delante y una detrás, para garantizar una buena estabilidad. Este modelo se parece mucho a un DC3 posado. El querido DC 3 tan seguro posado como cuando me llevó en viaje tormentoso dese Newark, New Jersey a Pittsburgh, PA.


El padre, consciente del retraso de la pequeña, se le acerca y se agacha para conversar. No sé lo que negociaron pero pude ver el resultado de la negociación. El padre soltó la manija metiéndola hasta el centro del manillar del patinete. Se alejó, sacó su móvil y se dedicó a lo suyo. La niña posó sus dos pies en el tablero y con sus dos manos se agarró al manillar. El caniche, sintiéndose libre para correr hacia delante, lo hizo con alegría y prontitud. Y la niña, ¡para qué contarles! Encantada de la vida volando a la velocidad que imprimía la carrera de su perro.


Mi niño se sintió de pronto transportado a las regiones polares donde tanto abundan los husky  arrastrando trineos cargados de personas y cosas. Esta niña tiene, sin duda, un prometedor porvenir ante ella.


…--O--…

OTRA (libertad vigilada)


Tengo un pequeño carromato, de esos que llaman trolley, para ir a diario a la piscina con mi recado de nadar. Está hecho de dos que no funcionan porque están estropeados pero que, superpuestos y atados convenientemente con unas cuerdas, hacen uno que sí funciona.


El club de natación tiene un ascensor que conecta la planta de entrada con el suelo de piscinas; es de uso restringido a personas discapacitadas o con problemas que justifican su utilización, coches de niño, por ejemplo. Yo lo utilizo, con mi carromato; también algunas señoras gordas con bikines imposibles que siempre me recuerdan un famoso anuncio de fajas de señora de mis tiempos ingleses: Gather unto you everything that´s yours, rezaba el ingenio.


El otro día, cuando me disponía a subir, veo que una madre joven con su niña de más o menos un año, de la mano, me hace señas. Retengo el ascensor, se lo abro, entran las dos y, la pizca de niña se va muy decidida al pulsador de subida, lo acciona y arranca.


La cría que era una monada, al alzar la cabeza enseña que tiene un ojo a la funerala.


Pero, princesita, le digo, ¿qué te ha pasado en ese ojo?


Tercia la madre: En el ojo no le pasa nada. Lo que ocurre es que el otro día se tiró de la cuna y, al caer contra el suelo, se ha hecho un chichón en la frente. Ahora, el hematoma le ha bajado al ojo que se le ha puesto hecho una pena.


Y yo a la madre: Pues ya puedes tener cuidado con una niña de tan temprana decisión y tanto desparpajo. Porque la próxima vez igual se te escapa a un concurso de esgrima y le ponen el otro ojo como al de la Princesa de Éboli, pero esa vez con parche.


Y es que a los niños hay que tenerlos siempre en libertad vigilada. Y a los mayores, también, porque ¡hay que ver las cosas que hacen algunos!