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BODAS

paralelas

Aunque semejantes, no confundir estas bodas con las vidas paralelas de Plutarco.


Mi nieto pequeño ha vuelto muy fatigado de una boda. Se conoce que ir de invitado a una boda cansa tanto como unas maniobras. No  lo sé. Le invitaba su jefe que viene de Zamora, como su padre (el de mi nieto). La novia venía de Ucrania; lo digo así recordando lo que me pasaba a mí cuando de joven vivía en Inglaterra. Allí, si un inglés quería saber de dónde era alguien, le preguntaba que de dónde venía: “¿Where do you come from?”


Con esto, es inevitable que me acuerde de Julio Camba que, siendo corresponsal de su periódico en el Congreso de los Diputados, alguien le preguntó cuando iba a empezar la sesión de unas Cortes recién elegidas: “Y usted, ¿por dónde ha salido?”. Camba, con su retranca habitual le contestó: “Yo no he salido por ningún sitio. He entrado por esa puerta que hay ahí”. El quídam quería saber por dónde había salido elegido, por qué provincia.


De Ucrania yo sabía poco más de dos cosas: la primera es que era el granero de Rusia; me lo enseñó el libro de Geografía de primero de Bachillerato. Lo segundo me lo enseñó uno que había sido de los niños de Rusia y que cuando yo estaba casi para jubilarme trabajaba conmigo. Aquellos niños (vascos, concretamente) habían sido enviados al paraíso soviético por el Gobierno español para protegerlos de las hordas franquistas. Había regresado hecho un hombre, un buen técnico y, me enseñó, que no se dice Ucrania, sino Ucraína.

¡Vivan los padres!

La otra boda, la paralela, se había celebrado en el mismo sitio justo hacía 372 años, en 1649. Entonces, el novio venía de Valladolid y la novia, de Austria. Él, viudo, se llamaba Felipe IV y ella, de quince años y sobrina del novio, era Mariana de Austria. Mírenlos a los dos, bien juntitos, en el cuadro que titulo “¡Vivan los padres!”, porque ya no eran novios.


¿Saben ustedes donde está este cuadro? Por si no lo saben, les diré que está en el Museo de El Prado. Y por si no han reparado en él, ya les digo que eso no es raro: está en las mismísimas Meninas, en el espejo que Velázquez tiene en la pared que hay a su espalda.


Antes de casarse, la novia estaba destinada a contraer matrimonio con su primo, el príncipe Baltasar Carlos, heredero de Felipe IV al trono de España, que ya había sido retratado a caballo por Velázquez. Pero como el muchacho murió, el arreglo consistió en que Mariana se casara con su padre (no con el de ella, sino con el de su prometido,  con el Propio Felipe IV que tenía casi 30  años más que ella). Mariana era hija de una hermana de Felipe IV, ambos hijos, a su vez, de Felipe III.


Para cuando el cuadrito especular y el gran cuadro, los reyes ya habían tenido una hija: la deliciosa niña Margarita, nacida en 1651 la protagonista de las Meninas: tenía cinco años cuando Velazquez la retrató allí. El pintor ya había retratado antes de las Meninas a la madre de Margarita en un espléndido cuadro de cuerpo entero, algo después de la boda con su tío, es decir, con quince años.


Es asombroso el parecido de las tres mujeres en diversidad de edades: la madre, de recién casada, de cuerpo entero; la misma, con su marido, algo más de cinco años después, y la infanta niña de gran parecido a su madre, con cinco años, en las Meninas.


Todos estos párrafos dan de sí para mucha historia como no se oculta  a nadie: la guerra de Sucesión española que yo llamo la de los dos cuñados (Luis XIV de Francia y el Emperador de Austria Leopoldo I) y un sinfín de cosas más que nos desviarían de la boda paralela.

Mi nieto me ha explicado por qué fue a esa boda en Navalcarnero, pero yo nunca he sabido por qué fueron a casarse a ese pueblo Felipe IV y Mariana de Austria. Sólo ahora, coincidiendo con tal paralelismo he podido maliciarme algo que lo explicara. Acabo de escribir “El Criticón” del jesuita Baltasar Gracián ocultando, como es natural, muchas cosas y, enfatizando otras.


Vean lo que he silenciado del comienzo de la obra graciana:

Ya entrambos mundos habían adorado el pie a su universal monarca el católico Filipo (se refiere a Felipe IV); era ya real corona suya la mayor vuelta que el sol gira por el uno y otro hemisferio, brillante círculo en cuyo cristalino centro yace engastada una pequeña isla …

Se refiere a la isla atlántica de Santa Elena que Gracián toma como escenario de su obra. Salta a la vista la coba que el jesuita escritor da al rey, no sé si asociándolo al sol para enfrentarlo con ganancia al Rey Sol, su yerno el rey francés Luis XIV.


El hecho es que los jesuitas tenían gran predicamento en la corte de Felipe IV. Por ejemplo, el jesuita padre Nithard era el confesor de la Reina. La Compañía de Jesús estuvo instalada en Navalcarnero desde 1566, con seminario incluido, hasta 1600. Había, pues, una fuerte tradición jesuítica en el pueblo.


Verde y con asas.