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Sabemos, por ejemplo, que en 1858 enferma gravemente, unos dicen que de tisis y otros que de enfermedad venérea, ambos males asociados a su vida irregular y de pobreza. Cualquiera de ellos pudo ser, y lo más probable es que se tratara de una mezcla de ambos.


Hay indicios que apuntan a la tisis: su desnutrición anterior; su cura en lugares altos: Noviercas, Beratón, Monasterio de Veruela -Todos los males se curan / con los aires de Veruela- se decía entonces; muere de una hemoptisis que bien pudo ser una recidiva consecuente a un pasmo que cogió en la Puerta del Sol.


Las enfermedades venéreas son diversas, de diversa calificación y cursando en distintas fases: La sífilis, pe. puede llegar a ser hereditaria, contagiosa, a producir lesiones en los ojos, parálisis y trastornos de tipología muy variada. En alguna de sus manifestaciones ya en aquel tiempo era tratable y tenía cura.


Ni él contagió ni la herencia afectó a los hijos de Bécquer. Aunque él sí debió ser contagiado. No hay más que leer su Rima LXXIX


                Una mujer me ha envenenado el alma;

                otra mujer me ha envenenado el cuerpo;

                ninguna de las dos vino a buscarme;

                yo de ninguna de las dos me quejo.


Lo de la afección ocular que Julia Bécquer relata, seguramente no fue otra cosa que el cuento que los mayores contaron a la niña para evitar explicaciones sobre la causa real de las visitas del tío al médico.


Merece la pena que nos detengamos aunque sea brevemente en este médico y su familia. Se trata del Dr. Francisco Esteban Ayllón, natural de Pozalmuro, en Soria, que había ejercido en otros pueblos de esa provincia como Noviercas, Torrubia y Yanguas; un sobrino suyo fue magistrado en Barcelona. Siempre destacó en su profesión; casó en Noviercas con una mujer de acomodada posición y allí tuvo dos hijos; en Torrubia le nacieron su hija Casta (10 de septiembre de 1841) y otro hijo; desde Yanguas, hacia 1845, se traslada con su familia a Madrid donde abre consulta con éxito y permanece durante más de 16 años. Criados los hijos (uno era marino y otro coronel casado en Cuba), y casada la hija, el matrimonio vuelve a Noviercas de donde era natural su esposa.


Con ocasión de una visita a la consulta, el médico presenta su hija a Bécquer (1860). Según testimonio referido a Heliodoro Carpintero (Bécquer de par en par), la muchacha estaba en ese momento haciendo mantequilla; en esa situación no podía dar la mano a su nuevo conocimiento, así que con la soltura, desparpajo y frescura que pasado el tiempo mostraría en su libro Mi primer ensayo: colección de cuentos, publicado en 1884, parece que le espetó: "Le saludo con la dulzura de mis ojos ya que no puedo tenderle la mano".


Aunque Julia Bécquer afirmara "Creo que Bécquer no escribió las Rimas para Casta ni por Casta. No las merecía", dejemos a la consideración del lector el contenido de la XX en conexión con lo que acaba de decirse:


                Sabe, si alguna vez tus labios rojos

                quema invisible atmósfera abrasada,

                que el alma que hablar puede con los ojos

                también puede besar con la mirada.


Por no citar la que titula claramente, A Casta:


                Tu aliento es el aliento de las flores;

                tu voz es de los cisnes la armonía;

                es tu mirada el esplendor del día,

                y el color de la rosa es tu color.


                Tú prestas vida y esperanza

                a un corazón para el amor ya muerto:

                tu creces de mi vida en el desierto

                como crece en un páramo la flor.


Y es que la ahijada de nuestro poeta estaba demasiado condicionada por el amor ciego que le inspiraban su padre y su tío.


Después hemos sabido que el Dr. Esteban tenía fama en Noviercas de saber curar las enfermedades venéreas y que con ese motivo acudían a él de todas partes. Es cierto que el médico advirtió a su hija de lo inconveniente de una relación con su paciente, pero no por razones de salud, como se verá; es decir parece que el tratamiento surtió efectos positivos. De lo contrario, el consejo del padre habría sido más severo: padre e hija se tenían gran cariño y confianza.


Cuales eran, pues las razones? Que pertenecían a mundos distintos. ¿Y qué mundos eran esos? El de él, los salones, la bohemia y la literatura. El de ella, una familia en la que el padre era un afamado médico en Madrid, y cuya madre poseía tierras y ovejas en Noviercas. Pero el padre no quiso condicionar a la hija: dejaba que tomara su decisión libremente; eso sí, en caso de seguir adelante, Casta no contaría con sus padres para la boda. Lo cual no impidió que después de celebrada ésta, la nueva familia Bécquer tuviera siempre todo el apoyo de la familia Esteban.


Se casan el 19 de mayo de 1861 en la madrileña parroquia de San Sebastián: ella de 19 años (joven agraciada y desenvuelta de carácter, con hermoso busto) y él de 25. El matrimonio vivió siete años unido y dos separado, hasta la muerte de Bécquer. El médico tenía razón: Aquellos dos mundos no se entendieron. Los amigos, conocidos y algunos familiares y biógrafos del poeta ninguneaban despiadadamente a Casta cuando no la cubrían de oprobios, calumnias y desprecio (Léase a Eusebio Blasco).


La realidad fue que los siete años de convivencia dieron a Bécquer una estabilidad emocional, de salud e incluso nutricional, por qué no decirlo, que nunca había conocido. Añádase la plenitud de la paternidad para configurar lo que pudiera haber sido el colmo de la felicidad de nuestro poeta. Pero ... Luego veremos los peros.


Tuvieron tres hijos: Gregorio, nacido en Noviercas en 1862; Jorge, nacido en Madrid en 1865, y Emilio, que nació en Noviercas el 15 de diciembre de 1865.


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