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Se puede poner un ejemplo intermedio, y es el de pura poesía, y no de Rimas, ni de sus tiempos de madurez. Tal vez de 1852, cuando tenía 16 años en Sevilla, es su bello poema Elvira del que destaco esta hermosa descripción de una puesta de sol, en su Canto II:

                Del claro sol, la frente

                tras de las cumbres del cercano monte

                se ocultaba, los aires encendiendo;

                azul y refulgente

                brillaba entre la niebla el horizonte,

                entre la parda niebla que, envolviendo

                trigos y montes, valles y praderas,

                los objetos, fantástica, perdía,

                en tanto que se oía

                de las aves parleras

                los cantares dulcísimos sonando

                y en los vecinos bosques expirando.


Tendría que matizar mi afirmación anterior a propósito de una cierta ampulosidad en la prosa de Bécquer. Más que hacer retórica, lo que hace Bécquer es recrearse en sus descripciones: es un narrador extraordinario, meticuloso y capaz de adornarse con imágenes muy bellas. Todo un ejemplo para periodistas. Para los de hoy en particular que siempre andan con prisas, a salto de palabra. Ya acusaba esto mismo el propio Bécquer al notar la diferencia de ser corresponsal de su periódico en el monasterio de Veruela o en el Congreso de los Diputados.


Si alguien quiere comprobar la habilidad de Bécquer como cronista, puede leer su Carta primera en la que describe su viaje desde Madrid a dicho monasterio, que se encuentra en la falda Este del Moncayo:

    Cómo era el ferrocarril a mediados del XIX: Madrid, Medinaceli, Casetas, Tudela; luego la diligencia a Tarazona, y por último, a lomos de mula de carboneros que aprovechaban un retorno, hasta Veruela. 
    Quiénes viajaban en el tren: algún baturro típico, un inglés estirado, una joven francesa con su doncella ...


Hay que recordar que aquel era el tiempo de los turistas extranjeros que recorrían España en busca y disfrute de nuestro exotismo: Mérimée con su Carmen; Gustavo Doré con su famosísima ilustración del Quijote; Lord Byron, que había nacido precisamente en el mismo año que Bécquer...


Nuestro poeta se complacía especialmente en el drama poético Caín del escritor inglés, me imagino que por ser del mismo género que la obra de nuestro Zorrilla, el paradigma poético del momento.


No dije antes, por ocioso, que en el tren también viajaba Bécquer. Y es que la moda de viajar a la Edad Media también estaba extendida en España. El gobierno podía subvencionar a los artistas para ese propósito. El de González Bravo, admirador de Bécquer, a través del ministerio de Fomento de Alcalá Galiano, pensionó a nuestro poeta con 10.000 reales en el otoño de 1864 para que estudiase los tipos y costumbres españolas.


Ya antes, y sin necesidad de viajar, en Sevilla, el propio padre de Bécquer, que era un notable pintor, vendía su producción con facilidad y provecho a los viajeros ingleses que se interesaban por sus lienzos de contenido costumbrista salpicados de iglesias y catedrales.


Así viajaron por España (Soria, Ávila, Toledo, Segovia ...) los dos hermanos Bécquer. Valeriano para pintar y Gustavo Adolfo para escribir. Lo cual no impedía que el último llevara consigo su cartera con papeles para dibujar, pues ya dije antes que era un arte en el que también sobresalió.


Todos conocemos el famosísimo y muy romántico retrato de Gustavo Adolfo pintado por su hermano, integrado en la colección Ibarra de Sevilla, pero existe en la Biblioteca Nacional un apunte en el que Valeriano retrata a su hermano en la dehesa de Beratón fechado el 27 de septiembre de 1864. Gustavo lee tumbado sobre una manta al pie de un árbol grueso: se le ve frágil, demacrado, delgado, pero con una compostura elegante. A más de 1300 m de altitud, el pueblo más alto de la provincia de Soria es Beratón. De donde por cierto era Emiliana, la suegra de mi hermano.


Los dibujos de Gustavo Adolfo tienen además su importancia en la vida personal, social, afectiva y literaria del poeta. En la familia, además de los pintores que ya hemos conocido, también fue pintor su tío Joaquín, el que acogió a Bécquer al quedar huérfano.


En los Estudios sobre Gustavo Adolfo Bécquer que el CSIC editó en 1998, participa el becquerianista Jesús Rubio Jiménez del que voy a tomar prestadas algunas de las observaciones que tiene hechas y tituladas Bécquer, dibujante.


Pero antes, y para mejor entendimiento, hay que adjetivar a Bécquer. Voy a hacerlo de la letra de uno de sus mejores amigos, Julio Nombela, y también añadiendo de mi cosecha lo que su vida y obra me sugieren a mí.


Era bondadoso y sensible, no sólo en cuestiones estéticas, sino también sociales: en su Carta 5, cuando describe a las leñadoras de Añón dice que hay en este mundo desigualdades que asustan. Tenía imaginación y cultura de manera que añadía una a la otra. Por poner dos ejemplos: La Leyenda Los ojos verdes una recreación de la ninfa de la fuente que encontramos en la historia de Hilas narrada por Apolonio de Rodas en el Libro de Las Argonáuticas. En la Leyenda La corza blanca vemos reflejado el coro de Artemis y sus ninfas según el mito de Acteón.


Era a un tiempo realista y fantasioso. Lo primero le creció con el tiempo, y si no, veamos la bellísima Rima LX


                Mi vida es un erial:

                flor que toco se deshoja;

                que en mi camino fatal,

                alguien va sembrando el mal

                para que yo lo recoja.





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