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EL AVISPO, UNA HISTORIA DE TERROR

Voy a contar una historia que sucedió hace mucho tiempo. Tanto, que Napoleón aún no había salido a escena.

El tocsín empezó a sonar desde Notre Dame igual que había hecho otros días. Como siempre, el español de marras estaba detrás del asunto. Se llamaba Guzmán, aunque hay algún otro español que lo llama Guzmán el malo, que es un contrasentido porque, como todos sabemos, Guzmán es, por sí mismo, buen hombre. Por algo será lo de malo. Hay crónicas que lo mejor que dicen de él es que era un tipo variopinto, intrigante, vendedor de sí mismo, y un granuja.

Ese tocsin revolucionario colmó de terror a todo París aquel día pero, además, tuvo un efecto singular: convocó a todas las abejas de París y sus alrededores que, vaciaron sus colmenas para acudir con todos sus enjambres en pleno, a la catedral. Sabido es que las abejas son atraídas por el ruido, sobre todo si éste es monótono y persistente.

Marat, que era un mal bicho con cara de loco (animador de degolladores y ahorcadores), el tábano de sus enemigos, pero que tenía la piel muy delicada, se aterrorizó él mismo sólo de pensar en los picotazos que le podrían caer con tal maniobra que, en secreto, debió pensar que era cosa de los Girondinos o, incluso, de los Jacobinos moderados.

Como la cabeza de la Reina María Antonieta habría de caer en el saco de cuero dentro de nada, rápidamente le vino a la suya, que aún conservaba encima de los hombros, una solución de las suyas: Decapitar a todas las reinas himenópteras para acabar de raíz con el problema apícola.

Llevó su propuesta a la Convención donde fue debatida pero no aprobada, porque Dantón y Robespierre se opusieron. Sabían muy bien los jefes del progresismo revolucionario de la República cómo manejar a los sans coulots (la mano de obra barata de la Revolución), pero temían verse incapaces de controlar aquel enjambre gigantesco de sans-culottes hecho de obreras y zánganos descabezados en sus jefaturas.

Marat no tuvo más remedio que dulcificar su propuesta porque temía demasiado a los picotazos en su piel. Tanto que, efectivamente, no murió de picotazo de abeja, pero sí del que le propició con un cuchillo una señora llamada Carlota, mientras él estaba tomando su baño frío para tranquilizar su piel. Era difícil acercarse al radical jacobino pero Carlota, que sabía como todo el mundo cuánto le gustaba a Marat matar (llevaba las letras en el apellido) a todo el que no pensara como él, logró acceder hasta su espacio más íntimo con el señuelo de una lista de la gente que debería ser ejecutada como enemigos de Francia. Marat le agradeció el detalle y ella, agradecida del agradecimiento, lo acuchilló. David pintó el resultado.

La solución adoptada por el pleno de la Convención contemplaba estas tres fases: Primero, aplicar Ley Sálica para que las abejas hembra no pudieran reinar (no se había hecho una Revolución para que siguieran existiendo Reinas). En segundo lugar, se degradaban las abejas a la categoría de avispas. Por último, se mandaba al exilio a todos los enjambres de avispas.

Las avispas no tuvieron más remedio que salir de Francia (¡Cuántos ciudadanos las hubieran imitado de haber podido!), arrastrando su degradante deshonra. Por avispas, no encontraban alojamiento en sus añoradas estancias exagonales, pero miren ustedes por dónde, un día tropezaron con un panal abandonado hecho de triángulos (Fig. 1). Del mal, el menos, se dijeron. Pero claro, aquel espacio habitacional se les quedaba pequeño: había que buscar una solución.


Fig. 1

La gran masa himenóptera, compuesta básicamente de zánganos y obreras, estaba desconcertada. Las últimas eran las que curraban y los otros no daban un palo al agua; como machos, sólo pensaban en echarle un palo a la reina destronada. Como no tenían nada que hacer, se dedicaban a ponerse motes unos a otros y con eso se entretenían. A un zángano le llamaban el lafayette porque, como el prócer, también se había ido a América, ida y vuelta, para picar a todo inglés o americano que encontrara a mano en aquella Guerra de la Independencia. El zángano marcó la diferencia al hacer su viaje volando, y con un adelanto de 134 años sobre Lindbergh y su Spirit of St. Louis (Nueva York-París).

Otro zángano era llamado el monge porque si bien no hacía nada aparente, siempre estaba quieto cavilando, igual que el famoso matemático del mismo apellido que había inventado la Geometría Descriptiva e investigado las ecuaciones diferenciales como hiciera Euler, con quien coincidió en vida durante 37 años; el monge no llegó muy lejos, pero a Gaspard Monge la Convención lo hizo Ministro de Marina.

Todos los zánganos recurrieron a el monge para que buscara una solución geométrica que permitiera ampliar el habitáculo de la Fig. 1; lo consiguió de acuerdo con las Fig. 2, 3 y 4. Veamos cómo.


Fig.2

Fig.3

Fig.4

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