QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO


Andrés Rodríguez Blanco


Hoy, 14 de abril, estamos de celebración; pero que nadie se desoriente. Aprovechando la compañía de nuestro poeta, vamos a celebrar la onomástica de nuestra Tertulia Arco Poético: Se llama así porque a él se le ocurrió la idea de bautizarla de esa forma. Es momento, pasados diez años de voladura, de agradecerle el tránsito de un estribo al  otro del arco, en busca de una clave. Seguramente no la encontraremos nunca, pero seguiremos volando: Gracias sinceras, Andrés.

Esto que acabo de confiaros no es sino una muestra de los recursos estéticos que guarda Andrés Rodríguez Blanco: La estética por encima de todo; en el verbo, tanto del verso como de la prosa (en la poesía sobre todo). En el diseño gráfico de su oficio que se le derrama desde nuestra, que es propiamente suya, página web, a las inteligentes y bellas ilustraciones de sus libros. En la musicalidad de sus versos y en todo lo demás. No dibuja mal, dice él, y eso se nota: unos buenos versos son eso, una línea dibujada con pulso firme y decisión sabiendo desde dónde, hasta dónde ha de ir, y por dónde ha de transcurrir.

Para versificar no se ampara en la rima, sino en la musicalidad. Es que tiene muy buen oído aunque la voz no le acompaña, según dice; por eso acompaña él a un coro en el que se siente bien a gusto. De muy joven descubrió la sonoridad del romance con los toros que Pemán canta en la tarde y que Andrés aún recita de memoria, después de tantos años. Atiende mucho a la métrica y a los acentos; su materia prima, que cuida con esmero, está hecha de heptasílabos, octosílabos, endecasílabos y alejandrinos, todo muy italiano.


Pero conserva, sobre todo, los dos modelos que descubrió: Lorca, y Robert Graves. El resultado es muy bello como se verá, pero le lleva su trabajo: La inspiración y la transpiración no le van al 50 / 50 como a muchos, sino más bien al 30 / 30 / 30 de ideación, escribimiento y reelaboración, que lo último le sirve para conseguir sus versos redondos, al borde de la perfección.


Porque Andrés es amante de la perfección. Quien mire sus ilustraciones verá que se la gana pixel a pixel. No hay más que observar el recurso tan original y eficaz que ha utilizado en la portada de su libro Luz y lejanía en los espejos: un espejo tirado en el suelo lunar (la luna, siempre presente).


Con lo joven que es (es de 1956), ya es emérito. Nada menos que emérito augusto, eso que sólo pueden ser algunos afortunados: los de Mérida. Es el último extremeño que he conocido (y he conocido ya a bastantes de esa condición) con cualidades de seriedad, discreción, responsabilidad, buen hacer y, sobre todo, profundidad de espíritu. Todo ello se lo trajo a Madrid cuando tenía 10 años, y ahí lo tiene para gastárselo con sus lectores.


Más que por poeta profesional, se tiene por poeta ocasional, de inspiraciones sueltas; bien orientado desde la Asociación Prometeo de Poesía ha conseguido ya nada menos que unos 20 premios, algunos por libros de poemas (él siente predilección por La mirada de plata y Las alas condenadas concebidos y realizados con las características del libro pensado) y otros por poemas antológicos, y por cuentos. No quisiera avanzar más sin citar, al menos, parte de su obra, por orden de aparición en la escena de la publicación:

- Luz y lejanía en los espejos Ediciones Libertarias 1991. En 1989 había sido distinguido con una ayuda del Ministerio de Cultura a la creación literaria.

- La semilla del mito, Premio Nacional de poesía en castellano “Paco Mollá” 1990.

- La mirada de plata, Ediciones Libertarias 1993.

- Álbum crepuscular, libro de poemas, edición primorosa y numerada. Malaga 1994.

- En 1992 le fue concedida la Medalla de Poesía de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.

- El largo aliento, 2003, Tercer Premio en el Certamen de poesía “La bufanda”, Ayuntamiento de Coslada (que, por cierto, sus 6 primeros poemas Extinción del unicornio me recuerdan al que me pidió en papiroflexia para su hijo).

- Las alas condenadas, Editorial Denes, 2010. Premio Germán Gaudisa en los XIX Premios Otoño Villa de Chiva, 2009. De este libro nos va a hablar hoy nuestro poeta invitado, a modo de presentación.

- Además ha publicado poemas en Cuadernos de Poesía y en antologías de esa Asociación. En la especialidad de cuento infantil consiguió el Primer Premio de los Certámenes Nacionales Literarios Ciudad de Alcorcón, 1990.


Hablaba yo antes de la influencia en Andrés de Robert Graves y me gustaría profundizar un poco en ello.

Robert Graves es un escritor inglés, de Londres y, más concretamente de Wimbledon que nos resulta tan familiar, que vivió prácticamente toda su vida en España y cuyos restos reposan en Mallorca bajo una lápida que dice “Robert Graves, Poeta, 1895-1985".


Resulta excepcional que Andrés lo conociera por poeta, que es, a lo que parece, lo que a Robert Graves le gustaba ser. Porque el resto de los españoles habríamos de conocerlo más bien por su prosa proyectada a la televisión en la inolvidable, por meritoria, serie titulada Yo, Claudio.


Era Graves un poeta un tanto especial, desconcertante, se dijo de él. Antes de conocer yo todo esto, en la conversación que sostuvimos Andrés y yo, preparatoria de esta presentación, llevaba en mi agenda una pregunta como ésta: ¿Cómo se vive la componente poética en una familia, en el trabajo, en el quehacer diario?


Es esta una preocupación que a mí me ronda desde siempre, porque sabido es que estamos rodeados de ayudas de cámara por todas partes y que, no hay gran hombre para su ayuda de cámara. La respuesta de Andrés fue más o menos ésta: Con naturalidad.


A la vista de Robert Graves, me alegré de la respuesta. Andrés ha tomado del poeta inglés lo hermoso, lo romántico de la luna inspiradora de poetas y poemas. Mientras Graves decía que “la poesía era un lenguaje mágico vinculado con ceremonias populares en honor de la Diosa Luna”, a mí me parece que Andrés le ha quitado viruta a la expresión para dejarla en algo así como “la poesía es un lenguaje mágico vinculado a la Luna”.


Y aunque nuestro poeta no rehúye acudir a inspiraciones ancestrales, de brujería, de sectas, de lo druídico, etc, no parece tomárselo por la tremenda como Robert Graves que llegó a tildar a Sócrates de "homosexualidad intelectual, pues al volverle la espalda a los mitos poéticos a través de la filosofía, la volvía también a la Diosa que los inspiraba y que exigía que el hombre rindiese a la mujer su homenaje espiritual y sexual en todo acto creativo”.

Del mismo que esto escribía, declarándose adorador de la Diosa, decían sus biógrafos que esa su declaración no tenía nada que ver con sus relaciones sentimentales. Yo me quedo, pues, con la inspiración lunera que le lleva a Andrés a decir en su poema La luna tuvo sed, de Las alas condenadas, algo tan bello como esto:

La luna tuvo sed.

Sus ojos se apenaron.

Miró hacia las estrellas


Para mí, estos tres versos resumen el talante poético y, sobre todo humano, de Andrés Rodríguez Blanco. Me perece que lo que dice que le pasó a la luna, es lo que le pasa a él: mira con cierto desencanto lo que ve a su alrededor, piensa que es una lástima que sea así, vuelve la espalda a la realidad y, con su poesía en la mano, mira al horizonte, a las estrellas, a la esperanza.

No voy a robarle más tiempo a Andrés para que sea él quien nos lo diga, pero sí quisiera dar unas ligeras pinceladas que tienen que ver con lo que vengo diciendo. Precisamente de Luz y lejanía en los espejos he anotado lo siguiente:

Leyendo Frente al papel me he sacudido, de repente, 65 años de encima. Era en aquellos años cuando para traducir del latín había, primero, que ordenar. Andrés se expresa así de gongorino:

De las ajenas sombras mi delirio

si no busca la luz

……

¡qué desfondado esfuerzo!


Para yo entenderme, y por lo que antes decía relativo a la reelaboración:

¡qué desfondado esfuerzo!

si mi delirio no busca la luz

de las ajenas sombras

En su poema Efímero se pone de manifiesto una vez más el desacuerdo del poeta con la realidad cuando anhela

… ahuyentar,

quizá por un segundo,

este viento que sopla sin descanso.


El poema Sombra plantea la metáfora de nuestra sombra como expresión de la mismidad del ser humano: uno no puede desprenderse de sí mismo como tampoco de su sombra. Profundidad para la meditación:


Qué puedo hacer

si la sombra me trata como amigo

……

Y yo, forzado pero dócil, la abrazo.


La fortaleza y la templanza, juntas, se asoman a los versos de Fortaleza para demostrar cómo la ternura es la esencia de la fortaleza:


Todo el frío atacante

tropieza con tu escudo,

con tu esencia de miel incandescente.

Y la ternura basta.


La primavera no se olvida de lo que tiene que hacer cada año. Nosotros, a poco que alentemos, podemos poner en marcha nuestra propia primavera en cualquier momento. En Raíces, nos dice Andrés Rodríguez Blanco:


Basta un destello,

…..

para darle motivos

a la voz de la oscura primavera.


Inevitable la evocación machadiana al olmo seco que, aunque la primavera sea rutinaria, también puede obrar milagro. Así lo expresaba el gran Don Antonio:


Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera. 


Terminaré con los versos que redondean el poema erótico Ciclo de la tarde. Yo siempre he tenido al verso alejandrino por bocado de digestión pesada pero, vean la ligereza y belleza que Andrés puede destilar de él, cuando lo acompaña de dos heptasílabos:


Y el fervor de tu boca,

Como ave en las alturas,

Sobrevuela mi cumbre de nieve amanecida.




Mi presentación en la Tertulia ARCO POÉTICO

14-4-2012